Regalando a los maestros
En estos días, tan cercanos ya de la temible fecha, esa mañana del 22 en la que, como en mundos paralelos, se repartirán euros y alegrías, decepciones y calabazas, es quasi-imposible caminar por los pasillos sin ser asaltado, atracado ....
-Profesora ¿ voy a aprobar?
-Profesora ¿qué me he sacado?
-Profesora, apruébeme... ¿qué quiere que le regale?
-Un cuatro con ocho es un cinco, ¿verdad , profesora?...
Y tú, que de sobra has metido ya en Séneca el consabido 5 -regalo de Navidad- por buscarle la boca al jodío chiquillo, que para colmo te cae hasta bien, le dices... a ver, a ver...¿qué me ofreces?
-¡ Aceite, le traigo aceite !....
- Nooooooo, que era broma, chaval...
Llegados a este punto, y por culpa de estos tiempos que más que correr parecieran volar, tu preocupación es que esto no suene a chantaje-chanchullo-abuso de poder
-Que no, profesora, que le voy a traer de verdad una botellica chica, que son de mi padre, de nuestra cooperativa y mi padre las regala, que son de promoción...
- Ah , bueno, en ese caso....
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Los maestros de mi infancia recibían presentes por Pascuas.
Una botellita de vino, un estuche de pañuelos, un cartón de tabaco, una caja de bombones... modestos gestos que nunca hubieran sonado a soborno.
Una tradición, la de los agasajos, perdida por la evolución de los tiempos... cosa natural, lógica y entendible, pero lástima que su desaparición arrastrara, en demasiados casos, posos tan impotantes como el reconocimiento y el respeto por una figura que consideraban importante en la vida de sus hijos. Eso sí es lamentable.
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Todos acudían el día de la entrega de notas con un presente para el/la tutor/a... todos, menos yo.
Para mi fastidio, nunca llevé un regalo "comprado", de los envueltos, de los de lazo y tirabuzones, de los de pegatina dorada y espero-que-te-guste...de los de lucir en la puerta del colegio.
Cada diciembre mi madre me daba un papelito doblado que terminaba en mi estuche pillado entre los lápices de colores para que no se perdiera y ante mi cara refunfuñona, me decía..." anamari, tú estás regalándole más".
¿Qué valor podría tener un papel de libreta, muy bien recortadito -eso, sí- , escrito a puño y letra de mi madre?
Eso ni era regalo, ni era nada.
¡ La de injustas veces que vi en ese gesto un acto de tacañería !. Ahora lo entiendo, antes ni por asomo.
Cuando llegaba el turno a mi apellido, la mesa del maestro era ya una auténtica cesta de navidad; me levantaba entonces y le extendía mi presente, intentando buscar en su cara cualquier gesto de complacencia que me sacara de mi disgusto vestido de sonrisilla: Esto es para usted.
Mientras él/ella lo abría y leía, mis adentros, de memoria, recitaban a la par su contenido: " Don/ña Fulanico/a juega la cantidad de 100 pesetas del número tal y tal en el próximo sorteo de Navidad (...). Esperando que la suerte le sonría, nuestros saludos más respetuosos. La familia Tal y Tal. Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo".
Mi regalo nunca terminaba en la mesa con los demás...iba derechito al bolsillo o al monedero...siempre les gustaba, era la señal, seguro.
Re-creando Momentos